martes, 27 de mayo de 2014

SILENCIO: Muy bueno, en su estilo, en la trama y sobre todo en cómo mantiene el suspenso y la intriga, incluso en el final.
Ana María (Any) Torres de Falconi

jueves, 15 de mayo de 2014

SILENCIO 
CUENTO enmarcado dentro de lo llamado"fantástico psicológico" 
15-04-14

SILENCIO

   Corrió una a una las pesadas cortinas rojas de terciopelo y la luminosidad de la amplísima sala fue devorada por la penumbra. Los sordos ruidos de la calle se atenuaron hasta hacerse  casi imperceptibles.
   Mientras cruzaba la sala, con el rabillo del ojo miró los retratos de sus antepasados alineados cronológicamente, apretados en oscuros marcos barrocos y le pareció que el rostro del pícaro abuelo había girado levemente hacia una de las ventanas, pero siguió caminando riéndose de su absurda ocurrencia.
   Encendió una lámpara blanca del rincón, se sentó en el sillón de tres cuerpos de lustroso cuero marrón y abrió el libro en la página que había dejado marcada con un señalador de cartón dorado con filigranas plateadas.
   No llevaba leída media página cuando el estruendo de una frenada violenta lo sobresaltó. Instintivamente alzó la mirada y descubrió que las cortinas de una de las ventanas estaban separadas en el centro. "Creí que las había cerrado bien" pensó y se levantó, con fastidio, para cerrarlas.
   Volvió al sillón, retomó la lectura, pero apenas un párrafo más adelante notó que un rayo de luz le daba de pleno en el rostro al mismo tiempo que el motor del camión recolector de residuos aceleraba a fondo justo frente a la ventana, que otra vez mostraba las cortinas abiertas en el centro.
   "¡No puede ser!  ¡ Las acabo de cerrar!" - exclamó en voz alta al tiempo que tiraba el libro sobre el sillón y a grandes zancadas cruzaba la sala. Las cerró con violencia y se quedó con el rostro casi pegado a las cortinas hasta que éstas se aquietaron luego de semejante tirón.
   Se serenó y volvió al sillón. El libro había quedado abierto boca abajo y perdió la página que estaba leyendo. Empezó a buscarla pacientemente cuando al unísono estalló la voz del camión sonoro  del vendedor ambulante de pescado y la claridad se filtró entre las cortinas entreabiertas.
   No. ¡No podía ser! Inaudito. Por un largo minuto quedó estático, mirando sin comprender: a cada grito del vendedor las cortinas se abrían varios centímetros.
   Aplastó con furia el libro sobre el mullido asiento y se levantó como impelido por un invisible resorte. Dio dos rápidos pasos pero al tercero, la punta del zapato derecho se incrustó debajo de la espesa alfombra persa de rebuscados arabescos. Le pareció que caminaba en el aire. Cuando tomó conciencia que estaba cayendo aparatosamente manoteó en el aire buscando sostenerse de alguna cosa y en su molinete de brazos golpeó el jarrón de porcelana china que se aburría sobre el pedestal de mármol, que osciló, se bamboleó y finalmente se derrumbó sobre su cabeza que ya había golpeado el piso.
   El camión sonoro seguía repitiendo machaconamente su burda oferta de pescados, mientras las cortinas seguían abriéndose y la luz iba conquistando plenamente la sala.