jueves, 8 de septiembre de 2011

ELDA ARDUSSO de PRINCIPE


El primer recuerdo que tengo de mi madre (de tantas veces que me lo contaron) es que estaba a caballo, sacando agua del pozo cuando comenzó con el trabajo de parto. Desmontó, envió a José, "el mensual", que vaya a buscar a mi padre que estaba trabajando en el campo y fue a prepararse para trasladarse al pueblo, a parir a su primera hija: yo.
Los recuerdos que siguen son nebulosos: veo una joven cubriéndose con pantalones, grandes camisas mangas largas y sombrero para salir a hacer "los trabajos": acarrear agua, recoger los huevos, trabajar la quinta... Mucho después me enteré que todo ese ritual de cubrirse para salir al sol tenía un motivo muy importante: cuando las chicas del campo iban al pueblo, tenían que estar tan blanquitas como las pueblerinas, porque si estaban tostadas por el sol, las trataban despectivamente de "gringuitas del campo".
Mis recuerdos se hacen más sólidos a partir de los cuatro años, cuando nos mudamos de la chacra de los abuelos a la propia. Acababa de nacer mi hermano Raúl y las imágenes que tengo de mi madre de aquella época es que cantaba todo el día mientras realizaba sus múltiples actividades. Comenzaba muy temprano el día, ordeñando la vaca de donde se proveía de la leche para nuestros desayunos y meriendas, postres y dulces (los dulces de todo tipo y frutas abrillantadas eran una de sus especialidades; también las tortas y pan dulce).
Además de ocuparse de nosotros, confeccionaba la ropa para todos, bordaba a mano y a máquina sábanas, manteles, servilletas, toallas y tejía a dos agujas nuestros abrigos y al crochet infinidad de carpetas y carpetitas (que hoy luzco por todas partes en mi casa).
Añadir imagenCriaba cientos de gallinas y con la venta de pollos y huevos nos proveía de todo lo necesario para el sustento del hogar, se ocupaba de cuidar los cítricos (que las constantes inundaciones fueron secando) y de controlar los animales cuando mi padre estaba muy ocupado trabajando la tierra.
También cultivaba la quinta: cada almácigo con sus contornos delimitados con hilos y plumas, que con el movimiento que les imprimía el viento funcionaban como espantapájaros. Todo lo que era necesario en nuestra cocina estaba ahí; ¡era tan fácil ir a recoger los tomates, cortar la lechuga o arrancar las rabanitos para preparar la ensalada!, ¡pero cuántas horas de trabajo y esfuerzo le demandaban!
En tiempo de cosecha (era la época de las primeras cosechadoras, cuando se embolsaba el cereal) preparaba y servía las cuatro comidas diarias para veinte personas en tres turnos, porque el trabajo de la máquina no se detenía mientras había buen tiempo.
Y, además, se hacía tiempo para leer cuanto cayera en sus manos y también escribir, sobre todo poesías.
A todo esto había perdido dos bebés y mi madre ya no cantaba. pero siguió intentándolo, y nació Omar, el benjamín de la familia. Para ese entonces había sido necesario que nos mudemos al pueblo para que podamos asistir a la escuela y tuvo que modificar sus actividades: horas y horas sobre la máquina de coser semi industrial construyendo prendas para diversas personas, confeccionando "souvenier" para festejos varios y limitarse a una pequeña quinta en el patio, algunas flores y la cría de pocas gallinas en una jaula.
Cuando los hijos partimos hacia otras localidades para continuar nuestros estudios, se volcó totalmente al trabajo social, ayudando a los más necesitados y desprotegidos pero hasta el final de su vida la acompañó la añoranza por la vida en el campo.

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