EL CIRCO
- Mami, ¡ nos vamos al circo!
- Bueno. ¡Tengan cuidado!
Mi hermanito y yo cruzábamos el patio, rodeábamos el enorme galpón (enorme para nuestra escasa altura y pasos pequeños, de adulta ya no me parecía tan grande) y detrás de él, encontrábamos el esqueleto de hierros rojos que alguna vez fue la cabina de una máquina. Con esfuerzo nos trepábamos por alguna de sus patas hasta alcanzar los tirantes que habían sostenido la lona del techo y ahí nos dedicábamos a hacer todas las acrobacias que habíamos visto realizar a los trapecistas del circo: mi hermano se colgaba con las rodillas dobladas y me extendía los brazos para que yo me lanzara al aire y quedara balanceándome en el espacio tomada de sus manos. A veces el cálculo no era sincronizado y uno, o los dos, terminaba en el piso. Y entonces empezábamos de nuevo la rutina, entre risas y gritos.
Lo intentábamos todo: pasar con las manos de una barra a la otra, colgarnos de los pies, hamacarnos, incorporar otros elementos como elásticos, cintas o cajones para formar figuras y formas. Siempre había una forma nueva de colgarse y trepar. Renovar el escenario y las figuras para obtener el aplauso del público era esencial.
Cuando el grito de "¡a tomar la leche!" nos volvía a la realidad, nos dejábamos caer, de pie, y con toda la gracia de los grandes artistas cirtences cruzábamos el pie derecho por detrás del izquierdo y nos inclinábamos ante la audiencia. Del otro lado del alambrado, un grupo de vacas curiosas, nos aplaudían con sus ojos mansos.
CUENTO - 8-04-15
lunes, 8 de junio de 2015
domingo, 7 de junio de 2015
TORMENTA
Silba el viento
y su latigazo agudo
sacude los cristales
que crujen quejumbrosos,
se filtra por las rendijas,
arranca las hojas doradas
y las arrastra
en loco torbellino
dibujando figuras
y extraños dibujos.
Un rayo de fuego
cruza el cielo plomizo.
El estallido del trueno
sobresalta, paraliza,
conturba.
Y la primera ráfaga
de gotones helados
provoca la estampida
de hombres y móviles.
POEMA - 20-05-14
Silba el viento
y su latigazo agudo
sacude los cristales
que crujen quejumbrosos,
se filtra por las rendijas,
arranca las hojas doradas
y las arrastra
en loco torbellino
dibujando figuras
y extraños dibujos.
Un rayo de fuego
cruza el cielo plomizo.
El estallido del trueno
sobresalta, paraliza,
conturba.
Y la primera ráfaga
de gotones helados
provoca la estampida
de hombres y móviles.
POEMA - 20-05-14
CARTAS
Hubo una época en la historia de la humanidad que las personas tenían tiempo de escribir cartas. Y no estoy hablando de tiempos remotos. No. Estoy refiriéndome apenas a nuestra juventud y hasta de nuestra adultez.
A la generación de hoy, con la inmediatez de internet, teléfonos personales y medios inteligentes, hablarles de escribir una carta es provocarlos a que nos miren, como mínimo, como a dinosaurios.
Cuando me tocó desarmar la casa paterna (tarea ingrata si las hay), me llevé varias sorpresas. Una de ellas fue la cantidad de correspondencia familiar que encontré en el mueble de los papeles. Ahí estaban, por ejemplo, las cartas que intercambiábamos con mi hermano cuando él estudiaba en Río Cuarto. ¡Dos cartas semanales, como mínimo! Era nuestra forma de chatear. Y, claro, en esa época el correo funcionaba bien.
Pero lo más fuerte fue el hallazgo de una vieja caja, pero en buen estado, cerrada. La abrí con gran curiosidad: eran las cartas que se escribieron mis padres durante toda la vida. Por su trabajo, mi viejo pasaba tiempo lejos de casa y no existían los celulares y los teléfonos, los pocos que había, no tenían llamadas directas a larga distancia, así que las cartas iban y venían permanentemente. Pero también había cartas, notitas y tarjetas, que no eran "de larga distancia".
Intenté adentrarme en ese mundo íntimo, misterioso del amor, pero el pudor de entrar en un lugar sagrado, que ellos habían construido a lo largo de los años, me detuvo a sólo mirar algunas fechas, encabezamientos o firmas y decidí que lo mejor era que el fuego las consumiera en una sola llama, como habían sido sus vidas.
CUENTO - 18-03-15
Hubo una época en la historia de la humanidad que las personas tenían tiempo de escribir cartas. Y no estoy hablando de tiempos remotos. No. Estoy refiriéndome apenas a nuestra juventud y hasta de nuestra adultez.
A la generación de hoy, con la inmediatez de internet, teléfonos personales y medios inteligentes, hablarles de escribir una carta es provocarlos a que nos miren, como mínimo, como a dinosaurios.
Cuando me tocó desarmar la casa paterna (tarea ingrata si las hay), me llevé varias sorpresas. Una de ellas fue la cantidad de correspondencia familiar que encontré en el mueble de los papeles. Ahí estaban, por ejemplo, las cartas que intercambiábamos con mi hermano cuando él estudiaba en Río Cuarto. ¡Dos cartas semanales, como mínimo! Era nuestra forma de chatear. Y, claro, en esa época el correo funcionaba bien.
Pero lo más fuerte fue el hallazgo de una vieja caja, pero en buen estado, cerrada. La abrí con gran curiosidad: eran las cartas que se escribieron mis padres durante toda la vida. Por su trabajo, mi viejo pasaba tiempo lejos de casa y no existían los celulares y los teléfonos, los pocos que había, no tenían llamadas directas a larga distancia, así que las cartas iban y venían permanentemente. Pero también había cartas, notitas y tarjetas, que no eran "de larga distancia".
Intenté adentrarme en ese mundo íntimo, misterioso del amor, pero el pudor de entrar en un lugar sagrado, que ellos habían construido a lo largo de los años, me detuvo a sólo mirar algunas fechas, encabezamientos o firmas y decidí que lo mejor era que el fuego las consumiera en una sola llama, como habían sido sus vidas.
CUENTO - 18-03-15
ESCRIBIR
La pantalla en blanco. Las manos sobre el teclado. Los dedos preparados sobre cada letra. ¿Ideas? miles. Pero ¿cómo organizarlas? Las normas piden que todo tiene que tener un principio, pero ¿tiene que ser ser siempre así?
Porque si la imagen es la potranca baja de largas crines despeinadas que corretea alrededor de su madre, que cada tanto baja la cabeza, la huele, le frota el hocico y le insta a dar pasos más allá del corral es lo que me aparece con más fuerza. La normativa tradicional indica que tengo que empezar describiendo la campiña verde, la frescura de la mañana, el aire transparente y darle inicio a una narración ubicando espacio y tiempo de una situación.
Pero la imagen de la madre educando a su hija es la única que se mantiene incólume en mi mente y mis dedos no saben qué letra apretar para empezar a escribir.
CUENTO - 11-03-15
La pantalla en blanco. Las manos sobre el teclado. Los dedos preparados sobre cada letra. ¿Ideas? miles. Pero ¿cómo organizarlas? Las normas piden que todo tiene que tener un principio, pero ¿tiene que ser ser siempre así?
Porque si la imagen es la potranca baja de largas crines despeinadas que corretea alrededor de su madre, que cada tanto baja la cabeza, la huele, le frota el hocico y le insta a dar pasos más allá del corral es lo que me aparece con más fuerza. La normativa tradicional indica que tengo que empezar describiendo la campiña verde, la frescura de la mañana, el aire transparente y darle inicio a una narración ubicando espacio y tiempo de una situación.
Pero la imagen de la madre educando a su hija es la única que se mantiene incólume en mi mente y mis dedos no saben qué letra apretar para empezar a escribir.
CUENTO - 11-03-15
¿HUMANOS?
Generalmente, cuando el pasto está húmedo, o con mucho polvo, como en estos días de sequía, suelo caminar por la vereda de la pileta, en mi caminata diaria en el club.
Esta mañana, en la primera vuelta, encontré una paloma muerta. Yacía con sus patitas para arriba, en el medio de la vereda.
¡Qué raro! no hubo viento ni tormenta, reflexionaba, cada vez que pasaba a su lado.
Cuando apareció Peque, la perrita del club que adopté, me detuve para darle de comer y hacerle mimos. Al retomar mis pasos, descubrí que la paloma había cambiado de posición: me detuve a mirarla ¡ era imposible ! pero, sin embargo, estaba en otro lugar y un poco de costado. Seguí caminando, unas vueltas más y de pronto una escena de detuvo: una paloma había descendido a su lado, la movía con sus patitas, le hablaba con su típico arrullo y batía las alas, invitándola a incorporarse y levantar vuelo.
Pensé en las madres que desechan a sus hijos, en las personas abandonadas por sus familiares en los geriátricos, en esta tercera guerra mundial por partes, como la llama Francisco, en el hombre explotando al hombre.
Al fin la paloma cejó en su empeño y levantó vuelo y yo recomencé mi caminata. Pero sólo alcancé a dar unos pasos: la paloma regresó (la reconocí por su pecho tornasolado que brillaba al sol), acompañada de un grupo de siete u ocho palomas más, que repetían la misma ceremonia: caminaban a su alrededor, la movían, arrullaban, batían sus alas.
Llamé a unos chicos que intentaban encender el fuego en el parrillero para que miren la escena: observaron absortos, en un silencio casi religioso, ese ejemplo que las palomas, sin manos ni raciocinio, nos estaban dando a los humanos.
CUENTO - 23-08-14
Generalmente, cuando el pasto está húmedo, o con mucho polvo, como en estos días de sequía, suelo caminar por la vereda de la pileta, en mi caminata diaria en el club.
Esta mañana, en la primera vuelta, encontré una paloma muerta. Yacía con sus patitas para arriba, en el medio de la vereda.
¡Qué raro! no hubo viento ni tormenta, reflexionaba, cada vez que pasaba a su lado.
Cuando apareció Peque, la perrita del club que adopté, me detuve para darle de comer y hacerle mimos. Al retomar mis pasos, descubrí que la paloma había cambiado de posición: me detuve a mirarla ¡ era imposible ! pero, sin embargo, estaba en otro lugar y un poco de costado. Seguí caminando, unas vueltas más y de pronto una escena de detuvo: una paloma había descendido a su lado, la movía con sus patitas, le hablaba con su típico arrullo y batía las alas, invitándola a incorporarse y levantar vuelo.
Pensé en las madres que desechan a sus hijos, en las personas abandonadas por sus familiares en los geriátricos, en esta tercera guerra mundial por partes, como la llama Francisco, en el hombre explotando al hombre.
Al fin la paloma cejó en su empeño y levantó vuelo y yo recomencé mi caminata. Pero sólo alcancé a dar unos pasos: la paloma regresó (la reconocí por su pecho tornasolado que brillaba al sol), acompañada de un grupo de siete u ocho palomas más, que repetían la misma ceremonia: caminaban a su alrededor, la movían, arrullaban, batían sus alas.
Llamé a unos chicos que intentaban encender el fuego en el parrillero para que miren la escena: observaron absortos, en un silencio casi religioso, ese ejemplo que las palomas, sin manos ni raciocinio, nos estaban dando a los humanos.
CUENTO - 23-08-14
SOBREMESA
Francisco empezó a hablar tan precozmente, que lo hizo antes de caminar.
Ese domingo, con su añito apenas cumplido, por primera vez, estrenaba zapatos. Zapatos de verdad, de cuero.
La madre, docente al fin, se lo explicó claramente cuando le ayudó a calzárselos. Francisco los contempló, complacido y salió a jugar, en ese día de reunión de tíos y primos. Pero a los pocos minutos regresó al comedor.
_ Mamá ¡ Los zapatos me aprieta!
_ Hijo ¿Dónde te aprietan?
_ Acá, en la puerta y en el patio _ respondió categórico Francisco.
Más allá de la carcajada general que provocó su respuesta, después se tornó conversación de sobremesa de los adultos preguntándonos dónde se habían perdido en el camino de la vida aquella ilógica imaginación de la infancia cuando después de leer algunos capítulos de Billy the Kid salíamos al patio y montados en briosos caballos (escobas, escobillones) corríamos mil aventuras luchando contra los pistoleros o cazando búfalos. O el cuento de los enanitos que nos llevaba a buscar hongos y abrirlos despacito, despacito, para tratar de descubrir la vida de aquellos extraños personajes que vivían ahí adentro. O enfrascarnos en Alicia en el país de las maravillas y después salir, cual inspectores, a la búsqueda de algún pozo donde poder introducir, aunque sea una mano o un pie, intentando dar con el conejo que nos guiara por aquel exótico país. Y qué bueno si conseguíamos aquel extraño alimento que nos hacía crecer o achicar a nuestro antojo.
El cuerpo nos creció, pese a nosotros mismos, sin necesidad de alimentos mágicos, nos enfrascamos en los libros de estudio, después en los del trabajo de cada uno, nos metimos en la vorágine de la vida, en las corridas, los esfuerzos, logros y fracasos, vivimos tan ocupados que apagamos a la loca de la casa: la imaginación.
COMENTARIO 13-05-14
Francisco empezó a hablar tan precozmente, que lo hizo antes de caminar.
Ese domingo, con su añito apenas cumplido, por primera vez, estrenaba zapatos. Zapatos de verdad, de cuero.
La madre, docente al fin, se lo explicó claramente cuando le ayudó a calzárselos. Francisco los contempló, complacido y salió a jugar, en ese día de reunión de tíos y primos. Pero a los pocos minutos regresó al comedor.
_ Mamá ¡ Los zapatos me aprieta!
_ Hijo ¿Dónde te aprietan?
_ Acá, en la puerta y en el patio _ respondió categórico Francisco.
Más allá de la carcajada general que provocó su respuesta, después se tornó conversación de sobremesa de los adultos preguntándonos dónde se habían perdido en el camino de la vida aquella ilógica imaginación de la infancia cuando después de leer algunos capítulos de Billy the Kid salíamos al patio y montados en briosos caballos (escobas, escobillones) corríamos mil aventuras luchando contra los pistoleros o cazando búfalos. O el cuento de los enanitos que nos llevaba a buscar hongos y abrirlos despacito, despacito, para tratar de descubrir la vida de aquellos extraños personajes que vivían ahí adentro. O enfrascarnos en Alicia en el país de las maravillas y después salir, cual inspectores, a la búsqueda de algún pozo donde poder introducir, aunque sea una mano o un pie, intentando dar con el conejo que nos guiara por aquel exótico país. Y qué bueno si conseguíamos aquel extraño alimento que nos hacía crecer o achicar a nuestro antojo.
El cuerpo nos creció, pese a nosotros mismos, sin necesidad de alimentos mágicos, nos enfrascamos en los libros de estudio, después en los del trabajo de cada uno, nos metimos en la vorágine de la vida, en las corridas, los esfuerzos, logros y fracasos, vivimos tan ocupados que apagamos a la loca de la casa: la imaginación.
COMENTARIO 13-05-14
CREENCIAS
Era entonces la era en que el agnosticismo no existía porque todas las tribus tenían sus dioses. Los recolectores invocaban a los duendes y hadas que fluctuaban por diversos espacios para que los guiaran hacia donde pudieran encontrar su sustento y su abrigo.
Los agricultores ofrecían los mejores frutos de su cosecha a los dioses que habían enviado a tiempo la lluvia, el viento y el sol.
Los alfareros, tejedores y artesanos decoraban sus obras con las imágenes de sus dioses que los inspiraban a ser creativos con lo que salía de sus manos.
También las autoridades y los guerreros invocaban a sus dioses con toda clase de sacrificios, letanías, danzas y gritos, para que les ayudaran a discernir las medidas que debían asumir y las batallas a ganar para defender a sus tribus.
Los constructores y arquitectos levantaban monumentales templos intentando acercarle a sus poderosos dioses sus alabanzas, súplicas y agradecimientos.
Las familias se reunían al comenzar y al terminar el día en el hogar, en torno al altar de los dioses familiares, encomendándoles sus cotidianos esfuerzos.
El desconocimiento de las leyes de la naturaleza y todo lo que era inexplicable les hacía reconocer la existencia de Alguien superior que ordenaba el cosmos.
Hoy, el hombre, con el desarrollo inconmensurable de la ciencia y la tecnología ha analizado, desmenuzado e identificado las funciones de hasta las células y genes, explicado los ciclos de la naturaleza y las leyes de la física, explorado los abismos de los mares y las cimas extremas, caminado por la luna y llegado con sus zondas satelitales a otros planetas, vive intercomunicado y ha transformado a la tierra en una aldea global.
Liberado de los miedos, desconocimientos y supersticiones de sus antepasados, el hombre se siente omnipotente y se declara agnóstico.
Pero sigue adorando a sus nuevos dioses: el trabajo, automóvil, vestimenta, sofisticados electrodomésticos, celulares inteligentes, adicciones, status social, fama, placer, poder y dinero; sobre todo, dinero.
NO ha encontrado aún al Supremo Hacedor.
COMENTARIO - 5-05-14
Era entonces la era en que el agnosticismo no existía porque todas las tribus tenían sus dioses. Los recolectores invocaban a los duendes y hadas que fluctuaban por diversos espacios para que los guiaran hacia donde pudieran encontrar su sustento y su abrigo.
Los agricultores ofrecían los mejores frutos de su cosecha a los dioses que habían enviado a tiempo la lluvia, el viento y el sol.
Los alfareros, tejedores y artesanos decoraban sus obras con las imágenes de sus dioses que los inspiraban a ser creativos con lo que salía de sus manos.
También las autoridades y los guerreros invocaban a sus dioses con toda clase de sacrificios, letanías, danzas y gritos, para que les ayudaran a discernir las medidas que debían asumir y las batallas a ganar para defender a sus tribus.
Los constructores y arquitectos levantaban monumentales templos intentando acercarle a sus poderosos dioses sus alabanzas, súplicas y agradecimientos.
Las familias se reunían al comenzar y al terminar el día en el hogar, en torno al altar de los dioses familiares, encomendándoles sus cotidianos esfuerzos.
El desconocimiento de las leyes de la naturaleza y todo lo que era inexplicable les hacía reconocer la existencia de Alguien superior que ordenaba el cosmos.
Hoy, el hombre, con el desarrollo inconmensurable de la ciencia y la tecnología ha analizado, desmenuzado e identificado las funciones de hasta las células y genes, explicado los ciclos de la naturaleza y las leyes de la física, explorado los abismos de los mares y las cimas extremas, caminado por la luna y llegado con sus zondas satelitales a otros planetas, vive intercomunicado y ha transformado a la tierra en una aldea global.
Liberado de los miedos, desconocimientos y supersticiones de sus antepasados, el hombre se siente omnipotente y se declara agnóstico.
Pero sigue adorando a sus nuevos dioses: el trabajo, automóvil, vestimenta, sofisticados electrodomésticos, celulares inteligentes, adicciones, status social, fama, placer, poder y dinero; sobre todo, dinero.
NO ha encontrado aún al Supremo Hacedor.
COMENTARIO - 5-05-14
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