SOBREMESA
Francisco empezó a hablar tan precozmente, que lo hizo antes de caminar.
Ese domingo, con su añito apenas cumplido, por primera vez, estrenaba zapatos. Zapatos de verdad, de cuero.
La madre, docente al fin, se lo explicó claramente cuando le ayudó a calzárselos. Francisco los contempló, complacido y salió a jugar, en ese día de reunión de tíos y primos. Pero a los pocos minutos regresó al comedor.
_ Mamá ¡ Los zapatos me aprieta!
_ Hijo ¿Dónde te aprietan?
_ Acá, en la puerta y en el patio _ respondió categórico Francisco.
Más allá de la carcajada general que provocó su respuesta, después se tornó conversación de sobremesa de los adultos preguntándonos dónde se habían perdido en el camino de la vida aquella ilógica imaginación de la infancia cuando después de leer algunos capítulos de Billy the Kid salíamos al patio y montados en briosos caballos (escobas, escobillones) corríamos mil aventuras luchando contra los pistoleros o cazando búfalos. O el cuento de los enanitos que nos llevaba a buscar hongos y abrirlos despacito, despacito, para tratar de descubrir la vida de aquellos extraños personajes que vivían ahí adentro. O enfrascarnos en Alicia en el país de las maravillas y después salir, cual inspectores, a la búsqueda de algún pozo donde poder introducir, aunque sea una mano o un pie, intentando dar con el conejo que nos guiara por aquel exótico país. Y qué bueno si conseguíamos aquel extraño alimento que nos hacía crecer o achicar a nuestro antojo.
El cuerpo nos creció, pese a nosotros mismos, sin necesidad de alimentos mágicos, nos enfrascamos en los libros de estudio, después en los del trabajo de cada uno, nos metimos en la vorágine de la vida, en las corridas, los esfuerzos, logros y fracasos, vivimos tan ocupados que apagamos a la loca de la casa: la imaginación.
COMENTARIO 13-05-14
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario