lunes, 8 de junio de 2015

     EL CIRCO

   - Mami, ¡ nos vamos al circo!
   - Bueno. ¡Tengan cuidado!
   Mi hermanito y yo cruzábamos el patio, rodeábamos el enorme galpón (enorme para nuestra escasa altura y pasos pequeños, de adulta ya no me parecía tan grande) y detrás de él, encontrábamos el esqueleto de hierros rojos que alguna vez fue la cabina de una máquina. Con esfuerzo nos trepábamos por alguna de sus patas hasta alcanzar los tirantes que habían sostenido la lona del techo y ahí nos dedicábamos a hacer todas las acrobacias que habíamos visto realizar a los trapecistas del circo: mi hermano se colgaba con las rodillas dobladas y me extendía los brazos para que yo me lanzara al aire y quedara balanceándome en el espacio tomada de sus manos. A veces el cálculo no era sincronizado y uno, o los dos, terminaba en el piso. Y entonces empezábamos de nuevo la rutina, entre risas y gritos.
   Lo intentábamos todo: pasar con las manos de una barra a la otra, colgarnos de los pies, hamacarnos, incorporar otros elementos como elásticos, cintas o cajones para formar figuras y formas. Siempre había una forma nueva de colgarse y trepar. Renovar el escenario y las figuras para obtener el aplauso del público era esencial.
   Cuando el grito de "¡a tomar la leche!" nos volvía a la realidad, nos dejábamos caer, de pie, y con toda la gracia de los grandes artistas cirtences cruzábamos el pie derecho por detrás del izquierdo y nos inclinábamos ante la audiencia. Del otro lado del alambrado, un grupo de vacas curiosas, nos aplaudían con sus ojos mansos.

CUENTO - 8-04-15

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