lunes, 22 de agosto de 2011

MARINERO


Apareció de improviso ante nuestros ojos el mocetón alto y corpulento.
Con un saludo que más se pareció a un gruñido, se sentó en la silla desocupada y se mesó despreocupadamente los cabellos rubios y ensortijados.
Sus traslúcidos ojos, que parece se amalgamaron con el azul del mar que tanto recorre, nos estudiaron detenidamente. Y dos chispitas alegres empezaron a brillar en ellos.
El rostro salpicado de pecas comenzó a distenderse hasta estallar en una burbujeante carcajada.
La piel tomó un tinte más rosado aún. Y con grandes gestos de sus brazos musculosos y velludos comenzó a contarnos las peripecias de su último viaje, intercalando palabras extranjeras en su relato apasionado.
Su aspecto imponente y su voz de trueno contrastaban con la sencilla indumentaria que llevaba: una remera azul y un jean desgastado y desflecado.
Pronto atrajo la atención de todos.

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