Acompañé a papá al taller. Me quedé maravillado con Oscar, el mecánico. Es bajo de estatura, pero fuerte, de grandes músculos, que parecen apretados dentro del mameluco azul. Bueno, azul era cuando se lo puso, porque ahora es un gran muestrario de grasa, aceite y lubricantes.
Tiene nariz corta y ancha y lleva el cabello castaño hacia atrás muy corto.
Con sus grandes manos arma y desarma motores, descubre defectos, arregla circuitos y siempre habla. Habla sin parar. Todo es tema de conversación para él: sus tres niños pequeñitos, su esposa, los vecinos, sus clientes y los motores... Esa es su debilidad: hablar de motores.
Cuando lo hace, su cara redonda y franca, se transforma: parece más agradable; gesticula con grandes gestos, esgrimiendo la herramienta que tiene en la mano. Y se ríe. ¡Cómo se ríe! Termina todas sus frases con grandes carcajadas que le llenan la cara de hoyuelos y muestra su blanca dentadura de dientes anchos.
Su gran sueño es llegar un día a trabajar en una escudería, porque las carreras de automóviles le apasionan. Cuando le contaba esto a papá, noté que sus cálidos ojos se encendían de entusiasmo y era tan contagioso su optimismo, que por un momento creí que estábamos en un circuito de Fórmula 1.
Tiene nariz corta y ancha y lleva el cabello castaño hacia atrás muy corto.
Con sus grandes manos arma y desarma motores, descubre defectos, arregla circuitos y siempre habla. Habla sin parar. Todo es tema de conversación para él: sus tres niños pequeñitos, su esposa, los vecinos, sus clientes y los motores... Esa es su debilidad: hablar de motores.
Cuando lo hace, su cara redonda y franca, se transforma: parece más agradable; gesticula con grandes gestos, esgrimiendo la herramienta que tiene en la mano. Y se ríe. ¡Cómo se ríe! Termina todas sus frases con grandes carcajadas que le llenan la cara de hoyuelos y muestra su blanca dentadura de dientes anchos.
Su gran sueño es llegar un día a trabajar en una escudería, porque las carreras de automóviles le apasionan. Cuando le contaba esto a papá, noté que sus cálidos ojos se encendían de entusiasmo y era tan contagioso su optimismo, que por un momento creí que estábamos en un circuito de Fórmula 1.
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