martes, 30 de agosto de 2011

CHISPA


LA PERRA QUE HACÍA DEDO
De Chispa, mi perra, podría contar tantas anécdotas como para escribir un libro. Me voy a limitar a una.
Era negra, con el pecho, la cara y el final de las patas, blancos y los pelos lacios tan largos, que mi hermano, para hacerme enojar la llamaba "plumero con patas".
Mientras mi padre iba y venía, haciendo los trámites y las compras, ella vagabundeaba por el patio o dormitaba en la galería, pero en cuanto él daba los primeros indicios de que se iba al campo, ella empeza a saltar y dar vueltas cerca de la puerta.
Mi padre le daba la orden y Chispa saltaba dentro de la caja de la camioneta y allá se iba, sorbiendo el viento con la cabeza erguida y mirando a todos desde su posición, con las dos patas delanteras sobre el borde de la chata.
Lo acompañaba todo el día en sus trabajos rurales y al atardecer regresaban al pueblo.
En una época, al llegar al portón, se había tomado la costumbre de bajarse y luego se negaba a subir nuevamente a la camioneta y mi viejo tenía que correrla por el camino y, prácticamente, subirla él. Y esa situación comenzó a hacerse hábito.
Una tarde, que se repetía la historia: la perra corría y jugaba alrededor del portón y no obedecía la consigna de "Chispa ¡arriba!" mi padre le dijo: "Yo te voy a enseñar". Se subió a la camioneta y se fue. Por el espejo retrovisor la vio correr detrás por el camino y aunque se le hacía un nudo el estómago no se detuvo.
Llegó a casa, se bañó y en cuanto salió al patio se encontró con la perra que "le hacía fiestas". Era imposible que hubiera llegado corriendo al pueblo pocos minutos después que él. Además, ni agitada estaba.
A la noche se encontró con su cuñado y se develó la incógnita. Mi tío había salido de su chacra, vecina a la nuestra, cuando en el camino se le cruzó Chispa, ladrando desaforadamente y se vio obligado a detenerse; era evidente que algo pasaba si la perra no se corría del camino ante el paso de un vehículo. Abrió la puerta del automóvil y le preguntó: "¿Qué pasa Chispa?" Por toda respuesta, la perra saltó dentro del auto y se sentó en el asiento contiguo.
Como mi tío había visto pasar la camioneta de mi padre, se imaginó que la habían dejado y la llevó hasta el pueblo. En cuanto llegaron, Chispa se bajó y se fue caminando las tres cuadras que separaban la casa de mi tío de la nuestra. Por eso no estaba cansada ni daba muestras de haber corrido cuando mi padre la encontró en el patio. ¡Chispa había hecho dedo para regresar a casa!
Eso sí, desde ese día, a la orden de "Chispa ¡arriba!", obedecía en el instante.

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