lunes, 17 de febrero de 2014

ESTEREOTIPO

   Lida tiene una rutina precisa que cumple a rajatable. De lunes a viernes, unos minutos antes de las ocho, aparece en la puerta de su casita con el delantal y los ruleros puestos, el plumero en una mano y la escoba en otra.
   Sacudir el polvo de la única ventana y barrer los ocho metros de vereda, suele llevarle una hora. Es que es interrumpida por todos los que pasan a esa hora (casi todo el mundo rumbo a su trabajo). Para Lida es una obligación casi religiosa interiorizarse de las novedades de cada uno. Los que, en algún momento, intentaron la vereda de enfrente, para evitarla, terminaron desistiendo, porque era peor tener que contestar a los gritos desde la distancia.
   El segundo movimiento del día de Lida es, ya quitados el delantal y los ruleros, salir por el barrio a hacer las compras. Su recorrido no se extiende más allá de dos o tres cuadras, para llegar hasta la panadería, verdulería y despensa. Este trámite es más largo, porque incluye más personas que sufren su artero y mortífero interrogatorios.
   Las primeras horas de la tarde encuentran a Lida instalada frente al televisor, pendiente de las novelas románticas que la acompañan desde su adolescencia. Pero a media tarde, todo cambia: comienzan a llegar "las chicas", como ella las llama. Son todas señoras que ya superaron el tiempo del trabajo redituable y se reunen para confeccionar, remodelar o transformar juguetes con materiales reciclables: papeles, cartones, telas, tapitas, botones y cuanto material  posible recoge entre familiares, amigos y especialmente entre sus queridos vecinos. 
   Entre mates, bizcochitos u otras delicias caseras y bajo la supervisión de Lida, de sus manos habilidosas surgen toda clase de muñecos y animalitos que luego se van apilando en cajas que una vez al mes parten hacia guarderías, jardines o centros asistenciales.
   Terminan cada jornada con una oración para los desconocidos destinatarios.

CUENTO -  5-09-13

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