La noche de insomnio fue larga y densa. Vueltas y vueltas, buscando la posición adecuada que nunca encontró. Con los ojos cerrados aún, regresaba a las imágenes que la perturbaron durante horas: los gestos que se hicieron y no debieron y los que faltaron, esa infinitud de palabras que se cruzaron, que tendrían que haberse evitado y todas las que se guardaron y eran las que en realidad se tendrían que haber dicho. Y los silencios. Pesados, incómodos, pegajosos, que impusieron la distancia definitiva. Todo tan doloroso. Inútil y desafortunadamente doloroso.
Abrió los ojos y contuvo la respiración. Con un esfuerzo de voluntad supremo corrió las sábanas y se sentó. Suspiró sonoramente y se puso de pie.
Lentamente se acercó a la ventana y la abrió. Un día azul la golpeó con toda su luminosidad. El aire frío le mosdisqueó la piel y un trino de calandrias le dio la bienvenida. El sol ya estaba alto y salpicaba motas amarillas en los techos, los bordes de las viviendas y las ramas que ondeaban apenas.
Fue hasta el placard, eligió cuidadosamente cada prenda y se vistió. Se maquilló discretamente pero recargó con rimel las pestañas, arqueándolas.
Sonrió y salió a la vida.
PROSA . 9-07-13
Inspirado en el óleo con el mismo título, de mi autoría.
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