Pacífico alzó la cabeza airosamente y por un momento se mantuvo inmóvil. Luego avanzó un paso, dos, tres. Lamió con pereza la arena, se estremeció con su calor, saboreó su aspereza y se retiró con la misma lentitud con que había avanzado dejando capas de crines saladas a cada paso. Se replegó en sí mismo antes de tomar impulso para reiniciar la marcha, pero un diente dorado que se abrió entre los nubarrones disparó su saeta y le dio de pleno en el rostro, dejándolo nuevamente inmóvil.
Recibió con regocijo esa luz que venía de lo alto y se dispuso a dejarse llevar, disfrutándola. Pero no pudo: su fuerza interior se impuso y volvió a emprender su marcha de uno, dos, tres pasos.
PROSA - 16-07-13
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